lunes, 3 de octubre de 2011

SONETOS A LA MUERTE DE MI MADRE

Te fuiste con la paz, que en cada instante,
supiste administrar en esta vida,
con la dosis perfecta y concebida,
que llegaba a tus deudos, palpitante.
Herencia singular de amor constante,
que a los suyos se entrega consentida,
pues fuiste madre en superior medida,
que ayer esposa fiel y casi amante.
Nos dejas, madre, de tu amor sentido,
un beso en soledad, desde tu ausencia,
que nosotros tenemos recibido,
y sabemos, también, en consecuencia,
que no solo la vida has transmitido,
también la fe, el amor y la prudencia.

Legados estos, que en el alma humana
conforman sentimientos de alegría,
en estas horas, tristes todavía,
que han truncado el ayer y ya es mañana.
Que el llanto, madre, es la sutil ventana,
abierta a la pasión, melancolía,
soñando tu presencia día a día,
desde la ausencia de tu ser, cercana.
Yo no quiero llorar de sentimiento,
abierto el corazón a la tristeza,
pues tu ausencia me lleva al sufrimiento.
Yo quisiera rezar por tu largueza,
ejemplo de virtudes, que presiento,
calaron en tus hijos con presteza.

Porque esto, madre, es la mejor herencia,
que puede recibir el ser humano,
cuando tiene tan próximo y cercano
el último vaivén de tu presencia.
Nos dejaste tu amor, en consecuencia,
forjador de un espíritu cristiano,
nos llevastes a todos, de tu mano,
por la senda moral de tu experiencia.
Por esto, madre, cuando llega el llanto
y el adiós a una vida dilatada,
consumida, tal vez, de amarnos tanto,
nos queda la ilusión alborozada,
receptores de amor, en dulce canto,
que se trueca en plegaria armonizada.

Te escribo, madre, y solo estoy rezando,
te siento, madre, en la oración callada,
te escucho, madre, en tu postrer mirada,
te veo, madre, en mi portal llamando.
Te acercas, madre, el corazón buscando,
y penetra tu ausencia en mi morada,
silenciosa, a hurtadillas, como un hada,
y estoy solo en mis versos sollozando.
Yo no quiero llorar, pero no puedo,
revisando mi ayer en la alegría
de la paz familiar, donde me quedo,
dejar el corazón en la agonía,
prisionero del tiempo. Tengo miedo
de no ser un buen hijo, madre mía.

La tarde se acostaba lentamente
sobre un lecho de nubes, todavía
la luz crepuscular permanecía,
como un soplo de vida intermitente.
Llegó la noche, sobre el mar silente,
con presagios de angustia y agonía,
se apagaba la vela, que aún ardía,
en el alma de un cuerpo transparente.
Cuán largas son las noches, si velando,
te sorprende la luz de la alborada,
al pie de tu esperanza, dormitando,
porque empiezas a ver la encrucijada,
que la vida y la muerte van trazando,
sobre el blanco papel de nuestra nada.


A MI HERMANA

A ti, que fuiste de su sombra, aurora,
de su luz, candelabro permanente,
de sus dudas, respuesta convincente,
de sus penas, canción consoladora.
Amante Magdalena soñadora,
piadoso Cireneo consecuente,
que llevaste la cruz de penitente,
y fuiste, por nosotros, redentora.
Vaya a ti nuestro abrazo dolorido,
y llegue al más allá multiplicado,
por todo lo que de ella hemos perdido,
si cercanos hubiéramos estado.
Por lo mucho que la hemos ofendido,
por lo mucho que a cambio nos ha dado,
que Dios la tenga en gloria eternamente,
pues la supo ganar constantemente.

O.Z.M

4 comentarios:

  1. bellas y profundas letras nos regala tu alma insigne de poeta, infinitas gracias por concedernos el honor de ser testigos de ellas, muchos besinos de esta amiga admiradora.

    ResponderEliminar
  2. Gran canto, con el corazón en la mano, a tu madre. Como es habitual, lo difícil lo haces parecer muy fácil.
    Sin niguna pretensión, decirte que los textos y fotos de mi blog son de mi cosecha.
    Abrazos
    Piedra

    ResponderEliminar
  3. Bellas y emotivas letras que salen de tu corazón para alabar la figura de tu adorada madre y hermana.

    Un fuerte abrazo

    ResponderEliminar
  4. marta barba19:56

    hermoso soneto brota de un corazon enchido de amor

    ResponderEliminar